La tensión de los versos

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La tensión de los versos

Por Alfredo López-Vivié Palencia
Auditorio de Galicia. Isabella Gaudí, soprano. Real Filharmonía de Galicia. Paul Daniel, director. William Walton: Spitfire, preludio y fuga; Fernando Buide del Real: Pasaxes; Johannes Brahms: Sinfonía nº 4 en Mi menor, op. 98. Asistencia: 95%
No es habitual que el compositor se dirija al público, micrófono en ristre, para presentar la obra que somete a su juicio en estreno absoluto. Pero bastó un empujoncito de Paul Daniel -después de dar la bienvenida en el arranque de la nueva temporada de la Real Filharmonía y felicitarse por el aumento de abonados- para que Fernando Buide se animase a explicar que sus Pasaxes se basan en sendos poemas del gallego Gonzalo Hermo y del londinense Edward Thomas, que a ambos les ha puesto música calmada, y que para unirlos ha escrito un interludio orquestal que crece en velocidad y en intensidad “hasta estrellarse contra un muro”.

Ciertamente, los veinte minutos largos de la obra comienzan y terminan en ambiente tranquilo, pero la música de Buide carga esa aparente placidez con ansiedad -los textos así lo reclaman- tanto en la parte solista como en la orquestal; y el intermedio no hace sino desatar ese afán hasta el extremo. Para ello ha empleado un lenguaje que, sin dejar de ser actual, tal vez haya resultado más asequible que en otras composiciones suyas: seguramente esto es fruto de su conocimiento del medio (la transparencia de los planos sonoros orquestales es una constante en la obra de Buide), y a la vez del empuje de los poemas (las líneas melódicas se acomodan a los versos), con la lógica consecuencia de que la obra atrapa por su dramatismo.

Daniel y la Real Filharmonía ofrecieron una interpretación que me pareció muy segura, y desde luego muy valiente en el vertiginoso interludio. Aunque el descubrimiento de la noche fue la soprano barcelonesa Isabella Gaudí, quien no sólo exhibió una voz potente, bien coloreada y mejor proyectada -teniendo en cuenta que Buide no se lo pone nada fácil, exigiendo continuamente el extremo agudo de la tesitura-, sino además una imponente presencia escénica (como digna discípula que es del grandísimo Aragall). El público recibió estos Pasaxes con una ovación de las de verdad (Buide juega en casa, desde luego, pero eso siempre es un arma de doble filo).

Antes, Spitfire, preludio y fuga, que William Walton ensambló del material de su banda sonora para la película The First of the Few (1942). La pieza no refiere la parte bélica del asunto sino el proceso de fabricación del célebre aeroplano; y en todo caso es muestra de que como buen inglés Walton sabía escribir marchas mejor que nadie, y de que como buen compositor también sabía hacer fugas grandiosas. Aquí Paul Daniel está en su salsa, contagiando su entusiasmo a una orquesta que respondió con todo su poderío sonoro.

Y después la Cuarta de Brahms, madre de todas las sinfonías que en el mundo han sido (y serán). El Brahms de Daniel es más recogido que el que hacía su predecesor en el cargo, prefiriendo el empaste contenido para no forzar a una orquesta a la que, por su tamaño, las obras del hamburgués le vienen algo grandes. Pero el discurso aligerado provoca algunas bajadas de tensión, lo cual, unido a ciertos cambios de tiempo caprichosos (¿por qué acelerar de tal modo la conclusión del primer movimiento?) y a otros efectos especiales inexplicables (el timbal aplasta a la orquesta en su réplica a los ocho primeros compases de la chacona), lleva a un resultado que se queda sólo a medio camino del acontecimiento.